El entierro de atala de Anne-Louise Girodet de Roussy-Triosson (1767-1824) |
Mateo, 8, 22
Autor: Gilberto Aranguren Peraza
Cuando niño los velorios eran acontecimientos
rodeados de fenómenos frágiles:
muchas flores y velas
llantos y acompañantes.
Como sabíamos de las necesidades, visitábamos
el funeral
con las manos llenas.
Nada debía faltar, de eso
se encargaban los demás.
Con esta peste faltó la gente
amontonada y acariciando cabellos.
No hay flores
y las tumbas
sin ellas permanecen,
algunas ni siquiera
serán reconocidas
cabe pensar: "Deja que los muertos entierren a sus muertos"
pero no es así:
los muertos son enterrados por los
vivos
y con mucho miedo
es el mismo temor acusado
con este dedo
en el rincón de la sala
donde cenamos con el destino.
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