En la sala nadie queda
después de las diez
todos duermen, ya sea
con sus miedos
o con sus ausencias
revoloteando encima de sus cabezas:
como coronas.
De alegría los pliegues del piso
saltan
mientras por debajo de la puerta
los ruidos de los vecinos
soplan
un templo de saludos.
Por la ventana los engreídos
con sus tapabocas
sueñan con tenerlo como calcetín
cuando llegue la medianoche
la pandemia los ha convertido
en reducto no imaginado
hacia donde se dirigen las miradas
de la humanidad.
En su transformación
el mundo
va de la mano con este cuerpo
por estallar
cada espacio dejado por el desgarramiento
sangra cada vez
cuando el recuerdo
se teje nuevamente en mitad del salón
y llega después
el sonido de las llaves
temblando en sus manos
por el cuidado ante lo inesperado.
Después de todo
lo dejado por el cielo
no se rechaza