El pueblo que caminaba en la noche
divisó una luz grande;
habitaban el oscuro país de la muerte
pero fueron iluminados.
Tú lo has bendecido y multiplicado,
Los has colmado de alegría.
Es una fiesta ante ti como en un día de siega,
es la alegría de los que reparten el botín.
Pues el yugo que soportaban
y la vara sobre sus espaldas,
el látigo de su capataz
tú los quiebras como en el día de Madián.
Los zapatos que hacían retumbar la tierra
y los mantos manchados de sangre
van a ser quemados: el fuego los devorará.
Porque un niño nos ha nacido,
un hijo se nos ha dado;
le ponen en el hombro el distintivo de rey
y proclaman su nombre:
“Consejero admirable,
Dios fuerte, Padre que no muere,
Príncipe de la paz”
El imperio crece con él
y la prosperidad no tiene límites
para el trono de David y para su reino:
El lo establece y lo afianza
por el derecho y la justicia
desde ahora y para siempre.
Si, así será, por el amor celoso de Yavé Sabaot.
Isaías 9 1 – 6
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