Autor: Gilberto Aranguren Peraza
Aterrados nos
convertimos en el blanco de deducciones
en miradas ajenas
levantadas en las mañanas de mimbre
con su silencio
y el arrepentimiento dormido
en la calle de
habanos y cabelleras de higos.
Me acuerdo de tu
vestido amarillo cuando caminabas
cual cierva por
los parques verde de tanto olor
mordías despavorida
el polvo surgido en los raudales
agonizados de
tantos secretos guardados en el cuaderno.
Me decías con
las manos en los bolsillos llenos de sorpresas
y con el corazón
en la boca de estambres:
- ¡Quémame el
pecho con la lámpara de aceite!
Pero yo, postrado
en la puerta de acero, veía cómo los enigmas
brotaban por los
ojos dejados al pie del árbol, en la esquina
donde los atardeceres
transparentes respiran entusiasmados.
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