Autor: Gilberto Aranguren Peraza
Mayor castigo: convertirnos
en prisioneros de la eternidad.
Quitarle el hambre al tiempo
mover con un gesto
la manivela de los días
la distancia entre este jueves y el otro
son horas plenas
calladas y sedientas.
Fuimos un día al refugio angosto
movidos por grandes masas
de células y abismos.
Era el callejón de la intemperie
donde dejamos de ser vírgenes
y nos convertimos en seres de este mundo.
En las calles estacionadas por el calor
de este franja deambulan sin conocerse,
juntos y sin tocarse:
Quien por venganza arrojó sus hijos al Guaire,
dada la falta de amor de su mujer.
El médico embustero.
El abogado amenazador de padres de la escuela.
El estudiante consumidor.
La niña creadora de fantasías.
Sus compañeros del cuarto grado.
El sacerdote, quien habla de reinos sin ser Salomón.
El profesor de historia quien prefirió
enamorarse de un profeta revolucionario.
La chica escondida tras las cortinas
ella espía al profesor con una sonrisa de alambre.
La mentirosa directora de la escuela.
La monja enredada en sus prejuicios.
El hipocondríaco creador de miserias humanas.
El homosexual respirador de olores masculinos.
El escritor renuente a colocar en sus memorias
el desliz con sus discípulos.
El novio asustado después de haberle dado
un manotazo a la novia minutos después de la boda.
La mujer denunciante del hombre apostado
en la esquina de su casa
ella asegura haber visto
unos órganos huérfanos colgando entre las piernas.
El joven caminante, quien se masturba
mucho antes de visitar a su chica
va feliz queriendo emancipar su deseo.
El ejecutivo quien mira atolondrado
todo aquello diferente a él
porque su corbata es el texto de la vergüenza.
Todos ellos abren los ojos aceitunados del día
posan su sorpresa de invierno
con sus manos como testigos
de un nuevo amanecer en pleno aguacero.
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