Autor: Gilberto Aranguren Peraza
“No
te conoce el toro ni la higuera
ni
caballos ni hormigas de tu casa.
No
te conoce el niño ni la tarde
porque
te has muerto para siempre”
Federico García Lorca
De Alma ausente
La abuela se trenzaba los cabellos con trigo
haciéndose un lazo con una cinta
tan larga como las horas de ausencia del abuelo.
Cuando lo recordaba
anciana y sentadita al frente de la TV
abría sus ojos de vidrio
estremecidos por la brevedad
ahogando sus días en las antiguas fogatas
de las noches de otro mundo.
Mi abuelo se marchó un día de enero
con desorden y tristeza de polvo
atravesó el desierto
con su compañera la sombra
llevando en el hombro los macundales
un trozo de pan en la boca
y el recuerdo de aquel misterio en los labios.
Allá quedaba mi madre
sus hermanos
el abandono
las voces nuestras de cada día
llenando el pozo con lágrimas y trozos de tuna
a su alrededor la osadía del jardín de cactus
diciendo adiós a la juventud
mezclando los fluidos de la tarde
con los corazones repletos de agua
enjuagando las entrepiernas
con llantos de aire y cenizas.
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