Autor: Gilberto Aranguren Peraza
¿Recuerdas el derecho extremo del día
cuando viajabas por las calles de ríos y reflujos?
Te escondías de los soldados armados con lanzas.
Y con terror veías cómo alzaban sus manos contra los niños.
haciendo uso de las barras de hierro llenas de fábulas
con memorias de arena.
Sus ojos brincaban
con las ranas entusiasmadas
evitando escuchar
al pasar
las llaves caer detrás de las puertas.
Cuando los armados y felices con sus uniformes
huían hacia la montaña de la muerte
el ruido del reloj
curaba las heridas de esta incertidumbre
era el momento para vernos en el espejo
con hendiduras de mármol
inventadas (en solitario) por las cruces geométricas
de los hombres con secretos tan largos
como los laberintos tramados desde las esquinas.
Éramos parte de la historia de los huéspedes de agua
derramábamos con espanto el pantano
en el cosmos elaborado por esas manos tan frágiles
tan sencillas
como la fuente cubierta de piedra.
En los charcos veíamos inmóvil
el alma de Dios
su sonrisa de cometa
atravesaba las avenidas atestadas de fantasmas
con pañuelos en el cuello
todos andábamos enfurecidos
por las ánforas del camino
enrolladas en las lenguas.
Aún tenemos la fiebre por la inmortalidad
y al miedo a los dioses escondidos en nosotros
porque en las fantasías de estas largas noches
con la imagen de los campos de trigo en mi alma
recorres cada pausa misteriosa
de los cuerpos hinchados
con poco amor
y con una fila de demonios durmiendo
a su lado.
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