Autor: Gilberto Aranguren Peraza
Niño desplazado en la frontera Colombo - Venezolana |
Rumbo al
centro no olvidan alabar a Dios.
Aunque él se
escondió un rato entre las tumbas
¡está
jugando! ¡está jugando!
dice el niño
con un carro entre los dedos.
Juntos hemos
bebido
en este
cuenco harto de desilusiones
entre lechos
y viajes
con aguas
abanicadas
ya sea por
el miedo
ya sea por
la esperanza.
Sus vasos
rotos jamás perdonarán
esta
traición;
sus bocas
enfurecidas
en medio del
río
sublime de
esta injusticia
rompen el
pantano con sus dedos de almendra.
Atrás viene
la voz
es la oscura
lengua del demonio
escribe en
el aire
escribe en
la frente
y en el
altar sagrado del hermano.
Clavan
estacas en la tierra para hundir
sus huellas
con rabia y ahogo
para no
olvidar las amadas
pasiones
ancestrales
vestidas de
fluidos y de canciones infantiles.
En los
patios los niños observan
la danza de
la partida
sus palabras
son pechos de lluvia
mientras los
verbos
arrancan el
silencio de las valijas
llevadas
a cuestas.
Pero la lógica del Creador se ausenta
y vuelve el niño a gritar
¡está
jugando! ¡está jugando!
Y las
hinchadas madres hacen un hueco en sus manos
por última
vez beben
golpean las
piedras
cruzan la
hierba del camino
recogen las
huellas
cansadas de
tanto mirar el polvo
y dejan los
años hasta desaparecer
en una larga
fila de ojos fantasmales.
De este lado nuestras almas convertidas
en pasaporte
secreto de estas horas oscuras
esperan el candelabro de la derrota
para ello
cuidan la ciudad sin tiempo
para abrigar
el regreso
por el mismo
lado
y con las
mismas corrientes
por donde un
día partieron.
Porque los seres de acá tocaron las fibras
porque cuando tumbaron sus casas
no se abrieron los libros
ni se escucharon las oraciones
ni siquiera respetaron la callada despedida
sólo se escuchó una risa mientras el llanto
hablaba en el camino
no queda otra cosa
en medio de las marismas:
andar con vergüenza
y pedir perdón por la tragedia.
Excelente!
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