Autor: Gilberto Aranguren Peraza
Cualquier
átomo es apenas una brizna colocada en mi cuerpo.
Somos testigos
de este verano donde se tejen los abrigos en recuerdo al frío del otoño.
Aún desnudos
no quiero andar por esas orillas de la calle, donde los poemas bailan
distraídos al ritmo silencioso de los cuerpos y tu, apenas como el día, sorprende
cada acento dejado en el papel.
Y veo a Dios
acompañarme en mi lecho, tan amoroso como la noche, tan frágil como las
horas y las manos se convierten en
curiosas. Ellas me hacen cosquillas en la piel mientras deshojo cada letra del
“Canto a mí mismo” y susurro mi vulgaridad en cada bolsita de té, en este
preludio de amanecer donde el niño se queda dormido, y se descubren las
canastas llenas de frutas traídas no sé de dónde.
Y en el marco
de la mañana los ruidos y los cantos se convierten en susurros para espantar
las pesadillas.
No esperes mi
aparición después del almuerzo, recuerda el silbido del viento en las tardes
cuando abril despertaba sentado en la montaña y los abrazos solo fueron el
preludio de toda una vida en tu olor.
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