Autor: Gilberto Aranguren Peraza
Cuando
pintaban las cubiertas
observaba
los fantasmas
jugar
con los cabellos.
Me dormía
en su pecho
y con
el rostro amamantaba a la noche
hasta
ser, sin querer, un niño más de la luna.
Con el frío
y sin contar con los esquineros
de Sabana
Grande, veníamos temerosos
con el
agua en las rodillas.
De este
modo la calle sonreía y brotaba
en penumbra
el olor de la muerte de los labios de abril.
Mientras
los cigarrillos del Silencio
poseían
el extraño sabor
de las
voces y de la sangre
era el
tiempo
sin los
dolores amasando las esperas
con los
ojos alineados al sudor
que
bajaban sin remedio por aquella calle
dibujada
en sus caderas.
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