Por Gilberto Aranguren Peraza
En diálogo con Ciudad Viscosa de Dalia Baptista
En diálogo con Ciudad Viscosa de Dalia Baptista
La imagen se devuelve etérea
y sublime recordando lo endurecido del Centro. En ella se teje, como red de
arácnidos, la credulidad y el cinismo, ésta última es la conductora virtual y
estrafalaria que nos hace perder la fe en las venas que llevan los fluidos. La
perdemos con fragilidad, porque no llevamos dentro aquello que nos alza hasta el
barro creador. Es ficción. No es tangible, es un vehículo al inframundo, donde los
símbolos se transforman en artefactos ilustrados elaborados por la imaginación
en las tardes de alucinaciones. Es el tránsito orientador que revive la
trascendencia de la decisión colectiva cuando despierta por encima de su
voluntad. Su lógica es una flor cultivadora de lo periférico y del cambio ilógico
del tumulto ¡Claro! Del tumulto. No hay rostros, su alma desconcertada no avisa
cuando galopa o sucumbe en las escaramuzas de los inventos ante el leve brillo
de lo viscoso. Es un ente que se mueve a un ritmo diferente. Su viscosidad es la
propiedad fluida poseedora de una velocidad con sentido y dirección hacia el
silencio natural del movimiento de sus calles y avenidas. Es densa la rítmica
interna, por ello se adhiere a cualquier forma del pensamiento.
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